CULTURALÍASPor Eduardo Aguirre

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Comencé el año con el doloroso suceso del fallecimiento de mi madre, lo cual ha sido un duro golpe que me afectó la condición anímica. En el proceso de duelo fui relegando necesarias condiciones de vida cotidiana, y me encerré como un monje cartujo.
No está siendo el año digamos generoso en mantener personas apreciadas, y me vuelve a sorprender con el deceso de mi estimado amigo y cantautor: José Misael. Apenas iniciando la semana santa.
Le recuerdo amable y conversador en las calles y plazas de Morelia, diciéndome poeta, al dirigirse a mi persona, y en la mesa de amistades del doctor Abdiel López Rivera en el ya legendario y cerrado Café del Olmo.
Apenas tuve tiempo de llegar al sepelio de mi amigo en los Jardines del Tiempo, y observar cómo cubrían de tierra su cuerpo, ante las personas congregadas que dimos el último adiós al artista.
El único autor que se ha referido en sus canciones a personajes clásicos y de antaño morelianos, descendía al inframundo mientras miraba la tarde nublada tristemente y pensando en los dos lamentables fallecimientos, en corto tiempo, que he presenciado en este luctuoso 2024. Por el sendero de lápidas venían caminando músicos que afinaron dar las despedidas a José Misael, siendo yo el último en arribar al sepelio y contemplar la llegada de una corona de flores más.
Agarré unos puños de tierra y los aplastaba sobre la tumba de José Misael mientras rezaba un Padre Nuestro en voz baja para luego decir: Que en paz descanses, querido amigo Misael. Y llorar un poco, en mi soledad compungida. Ya de por sí traigo el corazón contrito.
Una máquina excavadora de tierra, a pocos metros de distancia continuaba su labor, en tanto yo permanecía sentado junto a la tumba de José Misael, evocando al eminente cantautor moreliano. Evoqué aquella hermosa canción donde se despide de Morelia, con un sentimiento profundo que conmueve.
La última vez que lo vi con vida fue unos meses antes de las contingencias pandémicas, ya un tanto débil pero aún en pie. Platicamos enfrente de la Catedral. Siempre le elogié su talento costumbrista de nuestra amada ciudad de las canteras rosas, en sus piezas musicales.
La tarde soplaba vientos, me incorporé para volver, subí la terraza de jardín y al dar unos pasos entonces me agradecieron las pocas personas que quedaban sentadas en sillas debajo de un toldo. Eran sus familiares. Me presenté con ellos y dije que José Misael fue un gran artista, contemplando la hilera de lápidas, la excavadora y, todavía más allá, en el horizonte del campo, la silueta de una jovencita lejana de cabello largo que parecía mirarme.
Con un nudo en la garganta regresé por los caminos mortuorios, reflexivo en la efímera vida y en cómo, de alguna manera, nos vamos quedando cada vez más solos, al partir los seres queridos.
Sin embargo, la vida sigue y no hay otro remedio que continuar.

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