Verdad y mentiras en la literatura michoacana.-
La historia reciente de la literatura en nuestro estado nos lleva a escarbar en los espacios históricos designados a esta disciplina de las bellas artes.
Generalmente los talleres, grupos y sociedades ven el contenido de sus creaciones pero hay un pasado de contubernios burocráticos, culto a la personalidad, acaparamiento de espacios y aprovechamiento de los cargos públicos que no se mira, que permanece oculto para la conveniencia de supuestas vacas sagradas.
Con la aparición de los talleres literarios a finales de la década de los 70, entonces, el incipiente Instituto Michoacano de Cultura, creó un taller en la Casa de la Cultura de Morelia en el inicio de la década de los 80, a través del joven Departamento de Literatura.
He sido testigo de tales acontecimientos porque ingresé a mi vida literaria en el taller de narrativa del extinto maestro Fernando López Alanís, cuando yo era un adolescente de 14 años de edad.
No solo he alimentado mis vivencias de manera personal sino también por medio de las crónicas de amistades generacionales en el medio artístico, algunas ya fallecidas y otras que aun están entre nosotros y cuentan cosas bastante interesantes, para saber cómo algun@s personajes de la literatura se fueron enquistado en las esferas de la burocracia cultural.
Desafortunadamente, la falta de una crítica literaria precisa y no ajustada a los intereses y complacencias de los grupos, ha evitado distinguir entre la calidad de la escritura ya sea poética, o narrativa, y el actuar de los autores como personas.
Algunos supuestos críticos literarios se han enfocado más en construir sus parcelas de campo cultural en cacicazgos locales, aunque, si bien fueron o son poetas distinguidos, no alcanzan ese gran signo que representaron estaturas literarias de la talla de Octavio Paz, Alejandro Aura, Carlos Fuentes, Jaime Sabines o Efraín Huerta.
Sin embargo, en un estado carente de críticas acertadas y elaboradas para quedar, en primer término, bien con los gobiernos en turno, se ha dado culto a median@s autores más bien diestr@s en la habilidad de la escalada.
Con el boom de los talleres literarios en los 80, la aparición de grupos y sociedades después, y ahora las famosas “cafebrerías”, algunas de las cuales por obra y misteriosa gracia de funcionari@s públic@s que llevan agua a sus molinos, hoy todo mundo escribe y lee poco. Además, existe una historia de favorecimiento a grupos y sociedades, desde hace décadas, en la repartición de premios, presentaciones y espacios; por ejemplo, hubo un tiempo en que pareciera que el departamento de literatura de la SECUM, estaba al servicio de la Sociedad de Escritores Michoacanos.
Hoy en día ni la Universidad Michoacana queda excenta de padecer el acaparamiento de capillas literarias en el que algún supuesto ensayista deja mucho que desear en la elaboración de sus textos pero ha sido un memorioso eficaz para redactar críticas a favor de sus conveniencias e intereses creados.
Estos mismos “poderes fácticos literarios”, que tuvieron escuela y origen en escritores y poetas burocráticos, caciques de la cultura en Michoacán, son los que han ido despreciando a todo aquel que no les rinda alabanza, por muy medianos o malos que resulten ser ellos mismos.
Desde los cargos de la literatura en el estado, se han dedicado a favorecer sus propios intereses, publicándose, prodigar a sus familiares, imponiendo sus escuálidas figuras como si fueran monumentos de la cultura en el estado. Uno o dos más, llegan incluso a sentirse “poetas malditos” o “nuevos beats” y absurdeces por el estilo.
Cada vez más aumentan los eventos literarios en el estado, pero existe una severa crisis de calidad en las autorías que se pierden en los elogios mutualistas, debido a las fallas de origen en las décadas anteriores.
Hay verdad y mentiras en la literatura michoacana, que es tiempo de ir desvelando porque no todo lo que brilla es oro.
Sería un insulto a la inteligencia no decirlo ya.
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