CULTURALÍAS Por Eduardo Aguirre

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La Batalla del CEPA fue aquel acontecimiento histórico previo al desalojo del Foro CEPA, de la antigua central camionera en diciembre del año 2016.
Desde el mes de agosto de ese año, podía sentirse la tensión entre los colectivos del foro, aunado a la ya de por sí abrumadora tarea de organizar la resistencia, y empujar las propuestas de reubicación para ver si algún sensible gobierno, o, el poder legislativo, respondieran en apoyo de la revolución cultural.
Aunque hubo simpatías, deseos de buenas intenciones, visitas de legisladores al foro, etc, nunca pasaron de ser actos meramente diplomáticos, que poco aportaban solidariamente hablando. En la mesa del Consejo General se analizaba la situación, desplegamos estrategias, se preparaban los turnos para rondines nocturnos, habría que acampar dentro del CEPA para vigilar en todo momento.
Jesús Moreno insistía en que se desalojara la vieja central pero el propio movimiento que él había impulsado originariamente, estaba rebasado por una estructura fuera de su control. El Foro había creado una integración tan amplia que se encontraban hasta elementos zapatistas en su espectro.
En realidad no se avanzaba mucho en la mesa de negociaciones porque los intereses de la entonces administración municipal era el abandono inmediato del CEPA.
Sí, había que irse, pero con la cara al sol y denunciando lo más posible el atropello y la incapacidad gubernamental de la época, para resolver una reubicación de la magnitud enfrentada.
La resistencia se estaba organizando en dos frentes; uno que preparaba las trincheras del combate físico en contra de las fuerzas del estado, y, otro, en el terreno legal ante las mesas de negociación, el cual duraría un tiempo más hasta la quema simbólica de obra frente a las puertas de palacio municipal en protesta por el desaire y la prepotencia de aquel entonces.
Nacía un tercer frente, y era el que algunos vuslumbrábamos como una larga etapa hacia el exilio cultural de la revolución, el que tendría que fojarse en las salas de espera de funcionarios, archivos burocráticos, etc.
Pero en esos días de agosto del 2016, aún recuerdo a mis alumnos de Capula, un par de leales chicos: él y ella, que venían desde aquella tenencia municipal a mi taller de literatura. No los he vuelto a mirar desde entonces.
Había más talleres: uno de lectura en la desaparecida biblioteca del segundo piso, estaban también los compañeros de las artes circenses, los de talleres de grabado, en la planta baja, los de dibujo; todos los talleres tenían sus maestros.
Ya en agosto se olía el combate que se avecinaba para defender la revolución cultural, pues el Foro CEPA evidenciaba a las instituciones que no hacían su trabajo teniendo recursos; en cambio, para el CEPA, eso no era mayor obstáculo. Bastaba la solidaridad de la gente y los artistas.
Veía la angustia y preocupación de Jesús Moreno en su rostro y miraba yo, más arriba, los tubos escurridos de óxidos, ennegrecidos en la vieja central, y toda la anterior labor de limpieza por brigadas de cloro, que barrieron y desinfectaron los espacios. Ahora todo el desperdicio hallado sería reutilizado para levantar las trincheras y se habilitarían espacios para los compañeros de las casas del estudiante que apoyarían la causa.
Se preparaba dejar una lección moral para quienes lanzaran al olvido la “Okupación” cultural del CEPA, al blasón de la frase que se forjó en los meses preparativos a la Batalla, la cual, hasta el día de hoy, permanece:
“Comenzar es fácil, Resistir es un Arte”
(Continuará…)

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